Como profesorxs, es una tarea costosa hacer llegar a la mayoría de nuestras alumnas que una educadora infantil no debe sobreproteger, ni ir siempre por delante de las necesidades de niñas y niños, ni infantilizarles, ni dirigirnos a ellos y ellas de forma ñoña, ni recurrir a juguetes comerciales, ni siquiera enseñarles a jugar.

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Todo lo contrario, debemos procurar la autonomía de los pequeños en la medida de sus posibilidades; disponer y organizar los ambientes para que jueguen de forma libre, espontánea y segura; observar, observar y observar y, por supuesto, asistirles en cualquier necesidad o demanda.

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Las instalaciones y provocaciones de juego de la zona intermedia nos están sirviendo para comprobar, con asombro, como niñas y niños entran en un total y absoluto estado de concentración, donde cada cual investiga y descubre las infinitas posibilidades de los materiales no estructurados que les presentamos. Somos testigos de que, en una escuela infantil, se puede escuchar el silencio; que no hace falta ninguna educadora levantando la voz. Observamos que el tiempo adquiere otra dimensión, pues niñas y niños entran en un estado de flow, donde el reloj deja de tener sentido.

 

Aprendemos que, efectivamente, no tenemos que estar constantemente hiperactivas y "on fire", ni los peques tampoco y que hay otra forma de jugar.